PEREA YÉBENES, Sabino (coord.). El soldado romano y la muerte. Madrid: UNED, 2022, 215 pp. [ISBN: 978-84-362-7851-4]

Dentro del rico abanico de culturas que coexistieron y se fueron sucediendo en el ámbito de la Cuenca del Mediterráneo, no puede negarse que la romana es una de las que más ha captado la atención del público en general y de los especialistas en particular. Lo relativo a su faceta militar no ha constituido la excepción a la norma, en tanto que cuando se estudian los procesos que llevaron a Roma a convertirse en un Imperio, el papel del ejército, como parte indisociable de algunos de los episodios más brillantes, pero también de los más sombríos, se vuelve crucial. Sin embargo, ha sucedido que, en muy buena parte de las ocasiones, se ha tratado de estudios que han quedado centrados en las batallas y sus grandes protagonistas. Una de las consecuencias más evidentes de esta situación es que el conjunto de los hombres que integraron la institución militar han quedado relegados a un segundo plano, perdiéndose así de vista lo que tiene que ver con su día a día, inclusive lo tocante a su mentalidad y cómo percibieron algo tan cotidiano, a la vez que inherente a su oficio, como fue la muerte.

En un contexto como el descrito, en el que a pesar de los esfuerzos que se vienen dando desde las décadas finales del siglo pasado los análisis de tipo social sobre el ejército aun tienden a permanecer en un segundo plano, esta obra colectiva supone una valiosa aportación. En este sentido, debe valorarse que las distintas contribuciones que la integran, que realizan un concienzudo cribado y examen de las principales fuentes disponibles, no se centran solamente en lo vinculado con la caída del soldado en batalla, sino que dan cabida a aquellos contextos que no involucraron un final violento. Asimismo, llegan incluso a hacer uso de la «microhistoria», a fin de destacar que los casos «singulares» son susceptibles de actuar como un necesario complemento de los estudios más amplios. Así, se podría decir que gracias a que cada uno de los capítulos analiza el fenómeno de la muerte en distintos contextos y con finalidades diversas, este acaba por manifestarse en toda su diversidad y por cobrar sentido, percibiéndose que fue una realidad que acompañó en todo momento al militar.

Si se pasa a un mayor nivel de detalle, se encuentra que la contribución de J. A. Aledo (pp. 17-34) aprovecha la novedad que supuso la llegada de los elefantes de guerra al ámbito de la Europa Occidental desde el Lejano Oriente, para, por medio de un repaso de las fuentes literarias e iconográficas, abundar en las diferentes maneras en las que los militares pudieron perecer ante ellos. Por consiguiente, se considera que el contexto elegido para adentrarse en la cuestión, que es el de la guerra que sostuvo Roma contra Pirro II de Epiro en el marco de la anexión de Tarento (280-275 a.C.), resulta idóneo, en tanto que dentro del mismo se sitúa la batalla de Heraclea, que fue la primera en la que las legiones romanas se batieron contra esta arma. Igualmente, debe valorarse positivamente que el presente examen, además de aportar comparaciones con las culturas helena y púnica, no se circunscriba únicamente a las bajas y los tipos de muerte que podían darse, sino que también toque lo relacionado con las consecuencias psicológicas que se podían derivar de un episodio de estas características entre los supervivientes.

Por su parte, M. A. Novillo decidió recurrir a las obras pseudocesarianas para seguir profundizando en lo relativo a la muerte en batalla (pp. 59-78), lo que contribuye a enriquecer más las perspectivas históricas, ya que se trata de una época que, en relación con la anterior, estuvo caracterizada por una coyuntura política y militar muy distinta. Evidentemente, parece que el contexto de los enfrentamientos entre cesarianos y pompeyanos, que dio lugar al despliegue de unos importantes aparatos propagandísticos, es del máximo aprovechamiento para incidir en la cuestión de que en ese entonces se viera necesario idealizar las actitudes heroicas. Así pues, no puede quedar sin subrayar el interés que suscita el acertado recurso que se hace a la figura del centurión, en tanto que si la misma estuvo caracterizada por algo dentro de este corpus fue por el valor, entendido este casi como un sinónimo de aquellos actos encomiables que condujeron a un digno final en batalla. Por consiguiente, la justificación de que la imagen del centurión se acabó por hacer extensiva al resto del ejército, termina por ser el adecuado complemento de unas páginas que buscan profundizar en que, en estos turbulentos años, la muerte presidió más que nunca antes el horizonte de los militares.

Luego de las anteriores podría situarse la aportación de F. J. Guzmán (pp. 185-219), que busca aprovechar el simbolismo y la repercusión de las batallas de Teutoburgo, Abrito y Adrianópolis para presentar una mirada renovada con respecto a una cuestión que, tradicionalmente, ha atraído la atención de los investigadores, que es la de si la Roma de la Antigüedad Tardía tuvo la capacidad de mantener unas fronteras estables en las áreas del Rin y del Danubio. Con esta finalidad el autor recurre a los enfoques interpretativos más recientes, así como a los aportes que van concediendo los hallazgos arqueológicos, para señalar que las fuentes literarias disponibles, que están marcadas por una serie de tópicos comunes, buscaron magnificar las consecuencias de estos episodios para lograr un mayor dramatismo. Además, se percibe que gracias a esa concienzuda revisión de los textos, F. J. Guzmán consigue una buena base para alinearse con las tesis de que las conclusiones que deben extraerse de estos pasajes no deben ser tan catastrofistas. En su lugar, opta por precisar que estos sucesos necesitan ser entendidos en una clave transformadora, una que permita lograr la concepción de que la evolución histórica del Imperio se basó en cambios graduales, no en grandes quiebros.

A J. Cabrero se le debe un detenido estudio sobre la decimatio (pp. 35-56), es decir, ese castigo ejemplar que consistió en diezmar un ejército, una determinada unidad o un conjunto de soldados para atajar los intentos de incurrir en faltas contra la disciplina. Así, aparte de unos loables esfuerzos de comparación de los textos para profundizar en cuándo, dónde y por qué se recurrió a este método coercitivo, destaca que se ofrezca un retrato muy completo de las causas que provocaron que, paulatinamente, fuera cayendo en desuso. La perspicacia con la que esta coyuntura se relaciona, por un lado, con el proceso de profesionalización de los ejércitos a partir de las reformas de Mario y, por el otro lado, con el advenimiento del sistema del Principado de la mano de Augusto, es lo que permite al autor ofrecer una satisfactoria explicación de por qué es a partir del s. I d.C. cuando la decimatio comienza a periclitar dentro de las obras literarias. En definitiva, lo que aquí se hace es aprovechar un escenario que, a caballo entre la guerra y la paz, hace posible evaluar cómo la «disciplina militar», junto con el sistema de recompensas y castigos que llevó aparejado, estuvo muy presente en el horizonte vital de los soldados.

Ahora se podrían traer a colación los trabajos de J. J. Palao (pp. 79-134) y Y. Le Bohec (165-172), en tanto que los mismos, a diferencia de los anteriores, hacen un uso particularmente intensivo de las fuentes epigráficas. Así, el primero de estos investigadores recurre a la epigrafía funeraria, de época altoimperial, para rastrear las huellas de la muerte entre los soldados de las provincias occidentales, acotando su investigación a todos cuantos se encontraron por debajo del grado de centurión, sin discriminar con base al tipo de unidad. Su profunda revisión de los testimonios, que además de en el propio análisis se plasma en los gráficos y tablas que condensan toda la información, no oculta que la primera traba que encuentra esta labor es que las inscripciones conservadas no son nada prolijas en esta clase de referencias al fallecimiento, que, cuando aparecen, tienden a quedar relacionadas con conflictos bélicos, quedando así en clara minoría los decesos al margen de la esfera militar. Igualmente, no se enmascara que esas menciones a guerras o a conflictos menores tienden a ser muy vagas, siendo referidas, por norma general, solo por medio de simples topónimos, orónimos o etnónimos, lo que, sumado a las dificultades que suelen presentarse para proporcionar unas dataciones precisas, tiende a redundar en que no falten ocasiones en las que no puedan ser adecuadamente identificados. En cualquier caso, queda claro que lo más frecuente es que las causas del final tiendan a estar relacionadas con el lado más evidente del oficio del militar, que es el del manejo de las armas.

Pese a todo, de lo anterior también podría concluirse que no es posible tener una idea clara de por qué las referencias a las causas del óbito en la epigrafía militar son tan escasas. Sin embargo, lo que se detecta es que por medio de unas comparaciones con lo que muestran las inscripciones de los suboficiales y los oficiales, esta investigación logra dar una respuesta bastante satisfactoria a este interrogante. En concreto, llega a la conclusión de que en tanto que los decesos tendieron a producirse en lugares lejanos, es probable que los familiares, que fueron quienes más a menudo aseguraron estos monumentos, no hubieran tenido conocimiento de las circunstancias exactas que los envolvieron. Asimismo, se apostilla que por tratarse de epigrafía funeraria, de carácter privado, es probable que no se hubiera percibido la necesidad de indicar lo que se habría entendido como algo evidente. No obstante, se considera que la otra gran fortaleza de este trabajo reside en que es capaz de explicar por qué la principal concentración de alusiones a la muerte se da en las provincias danubianas en el s. III d.C. A este respecto, se incide en que por la situación de crisis que comenzó a vivir el limes danubiano a partir de los Antoninos, que motivó que el ejército experimentara cambios que fomentaron que el oficio de soldado se volviera hereditario, los militares debieron tomar una conciencia más elevada de su importancia para la supervivencia del Imperio. Según se argumenta, habría sido entonces cuando esta clase de menciones a la muerte habrían comenzado a ser entendidas como una forma de dignificar a los caídos.

El otro capítulo que hace de la epigrafía su espina dorsal es el de Y. Le Bohec (pp. 165-172), quien aprovecha la singular riqueza epigráfica del Africa Proconsularis y de Numidia, particularmente de lo que han legado sobre militares que sirvieron en unidades auxiliares, para centrarse en quiénes fueron los que, con más frecuencia, dieron forma al universo socio-afectivo de estos hombres. Dicho esfuerzo le sirvió a este autor para pronunciarse a favor de la necesidad de reforzar esta clase de investigaciones para los numeri. Asimismo, pese a su brevedad, deja sentadas unas sólidas bases que, en términos metodológicos, podrán constituir el punto de partida de aquellos análisis que, en un futuro, pretendan hacer extensivos esta clase de estudios al conjunto de la legio III Augusta. No obstante, se encuentra que estos no son los únicos atractivos de este examen, sino que presenta un interés añadido, que es el de que presentarse como un complemento, a la vez que un contrapunto, a aquellos enfoques que, recientemente, han tratado de emplear la epigrafía funeraria para abordar cuestiones relacionadas con el género y la homosexualidad dentro de los campamentos.

Por último, no podría quedar sin mención que las aportaciones de A. M. Jiménez (pp. 135-164) y de S. Perea Yébenes (pp. 173-184) afrontan el tema de la muerte desde un prisma diferente, que es el de la «microhistoria», es decir, el de lo singular y lo paradigmático. El primero de los aludidos investigadores lo hace por medio del testamento del stator Antonius Silvanus, es decir, de un documento único, que, a pesar de su buen estado de conservación, ha terminado por suscitar no pocos interrogantes entre quienes han estudiado cómo se percibió el que fue el último episodio de la existencia de toda persona. En un contexto como este, destacan las alusiones a que en la elección de este tipo de fuente haya estado muy presente el hecho de que, por su carácter, es la única que permite profundizar en cómo cada soldado se preparó para el momento del último aliento. En cualquier caso, la contribución de A. M. Jiménez, lejos de limitarse a ser un estado de la cuestión sobre las ventajas testamentarias que recibieron los militares a lo largo del Principado, lo que hace es servirse de este genuino documento para, sin llegar a ofrecer lo que él mismo denomina como una «visión egipcia del testamento militar», plantear una interesante visión de cómo los que integraron el ejército, por la naturaleza de su oficio, debieron haber sido conscientes de la importancia de tener sus asuntos terrenales en orden.

Finalmente, S. Perea Yébenes se acerca a la muerte por medio del carmen epigraphicum que Aelius Proculinus, tribuno de la legio III Augusta, mandó hacer en honor de su cónyuge Ennia Fructuosa, fallecida por alguna clase de encantamiento mágico. El estudio, que se sirve de un testimonio que presenta un contenido excepcional, parte de unas significativas dificultades, dado que el altar funerario que contuvo estos versos se encuentra desaparecido, no conservándose ninguna clase de material gráfico del mismo. No obstante, el autor logra una adecuada mejora de los conocimientos que se tienen sobre esta inscripción por medio de un apurado examen del léxico, del que, de una manera progresiva e intuitiva, se va sirviendo para colegir nuevos matices acerca de la naturaleza de esa «enfermedad» que le arrancó la vida a Ennia Fructuosa. Las hipótesis realizadas, que también son fruto de un meticuloso esfuerzo comparativo con las tabellae defixionis que presentan imprecaciones similares a esta, plantean escenarios que no se habían contemplado hasta el momento. Asimismo, si este trabajo destaca por otra razón es porque, a la par que pone el foco en el hecho de que la cultura de la magia también alcanzó a los campamentos, señala cómo en este caso el protagonista no fue el militar, sino que lo fueron el amor que este sintió por su esposa y el dolor que le provocó su pérdida.

A modo de valoración final se puede decir que, por todo lo expuesto, esta obra ayuda a llenar parte de ese vacío que, todavía a día de hoy, pesa sobre los estudios centrados en las dimensiones institucional y social del ejército romano. A estos efectos se puede argüir que por su afán de dar voz a esa gran masa de hombres, muchas veces anónimos, que se dedicaron al oficio de las armas, se presenta como como un intento de renovación y de superación de buena parte de los actuales paradigmas interpretativos. En síntesis, se podría decir que tanto por su temática, que es la de la muerte entre los militares de la antigua Roma, como por la diversidad de puntos de vista y de metodologías que se emplean para abordarla, esta monografía contribuye a tapar uno de los principales puntos ciegos del panorama científico actual, que habrá de tomarla como una referencia de cara a seguir profundizando en esta cuestión y en otras que le son tangenciales.

Jorge Ortiz de Bruguera
Universidad de Salamanca
jorgeodb@usal.es